Por Guillermina Storch y Rafael García Lazo
En los barrios populares la muerte llega once años antes que en la media nacional. Este dato estremecedor refleja las condiciones de vida precarias y la falta de servicios que afectan a millones de argentinos y argentinas.
“En la situación en la que nos encontramos, con el contexto económico que golpea fuerte, parecen verse menos abuelitos, menos viejos. Hoy en día una persona que dentro de todo tiene las posibilidades de poder asistir a los controles médicos, poder llevar otro estilo de vida, hace que la vida se alargue un poco más. Pero no todos vivimos en el mismo contexto, en los barrios la realidad es otra. Hay gente joven que ya parece muy grande, se arruinan muy de golpe y mueren jóvenes. Conozco gente que muere a los 45 y 50 años, 60 años gracias si llegamos. Lo que hacemos día a día no es vivir, es sobrevivir.”
Testimonio de Macarena, vecina del Barrio Padre Carlos Mugica -ex Villa 31-.
Macarena pone en palabras lo que los datos muestran con crudeza: en los barrios populares de la Argentina la vejez es un privilegio. Mientras la población general del país muere en promedio a los 71 años, en los barrios la vida se acorta once años: el promedio de edad de fallecimiento es apenas 60 años. Este contraste no es meramente estadístico, es vital. Significa que en los barrios populares la muerte llega antes, muchas veces en plena edad activa. Esto deja en evidencia que las desigualdades diarias condicionan cuántos años se vive: la falta de agua, gas, electricidad y cloacas, el hacinamiento, las viviendas de mala calidad, la precarización laboral, la alimentación deficitaria, la falta de acceso a la salud, son carencias con las cuales convive esta población.
El dato alarmante se obtuvo al analizar la información demográfica de la población residente en barrios populares. El trabajo se basó en datos oficiales del Censo Nacional 2022, en registros de defunciones del Ministerio de Salud y en los relevamientos realizados por el Registro Nacional de Barrios Populares (ReNaBap). A partir de este análisis se identificaron enormes diferencias en la composición de la población y la edad promedio de fallecimiento de los barrios populares, comparado con las estadísticas de la población general del país.
Un país, dos pirámides
La pirámide poblacional argentina correspondiente al año 2022 revela, en comparación con las anteriores, que la población del país tiende a llegar a edades más avanzadas. Aumenta la proporción de adultos mayores, se ensanchan las franjas superiores de la pirámide y las infancias ocupan proporcionalmente menos espacio. Sin embargo, la imagen cambia radicalmente cuando nos enfocamos en los barrios populares. Allí, la base de la pirámide es ancha, indicando una mayor presencia de infancias y población joven que en la media general del país. No obstante, el dato que preocupa es la extremadamente baja presencia de población adulta y adulta mayor: las comparaciones entre la proporción de población por rango etario muestran que a nivel nacional hay una presencia de 9,1% de personas de 65 a 79 años, mientras que en los barrios populares alcanzan solo el 2,6 %, es decir, 3,5 veces menos. Asimismo, en las edades más avanzadas la diferencia se amplía: en Argentina hay 2,64% de personas mayores de 80 años, mientras que en los barrios populares son apenas un 0,31 % lo que equivale a una proporción 8,5 veces menor.
Distribución población Argentina vs. población en barrios populares para el año 2022, Informe “Mortalidad en Barrios Populares”- CISUR. La pirámide muestra la presencia de la población separada en grupos etarios en el total del país (izquierda) comparado con la composición de la población en barrios populares (derecha). La pirámide de los barrios populares es marcadamente más angosta en la cima, mostrando la baja proporción de población mayor en los barrios populares con respecto a la media nacional del país.
En pleno siglo XXI, la pirámide poblacional de los barrios populares se parece más a la del Censo Nacional de 1914 que a la de la Argentina actual. La comparación histórica es dolorosa: un espejo que devuelve la imagen de un país detenido en el tiempo. En aquel entonces, Buenos Aires crecía de manera acelerada por la inmigración y la expansión industrial, pero lo hacía sobre la base de conventillos hacinados, viviendas precarias sin cloacas ni agua corriente, calles de tierra y una urbanización marcada por la desigualdad.
Pirámide poblacional de los barrios populares. Distribuído por rangos etarios quinquenales según sexo. Fuente: Elaboración propia en base a pedido de información pública.
Comparación histórica de la distribución de la población Argentina por sexo. Fuente: Censo 2022. La pirámide poblacional de 1914 es angosta en la cima y ancha en la base mostrando baja presencia de adultos mayores. La pirámide de 2022 es más angosta en la base y más ancha en la cima. La comparación indica que la pirámide poblacional de los barrios populares se parece más a la de 1914 que a la de 2022.
Más de un siglo después, la escena se sostiene. Si bien transcurrieron 111 años, estas características se repiten. La falta de servicios básicos de la Buenos Aires de 1900 todavía hoy condiciona la vida de millones de personas, y explica por qué en esos territorios la vejez sigue siendo una excepción.
Mortalidad: vivir menos, morir antes
La desigualdad sociourbana no solo se mide en ingresos o en condiciones habitacionales, lamentablemente, también se mide en tiempo de vida. Sobre la diferencia en la edad de fallecimiento promedio entre quienes viven en barrios populares y la población general del país, y cómo vive la pequeña proporción de adultos mayores que alcanza la vejez en barrios populares Macarena relata:
“Los pocos abuelos que veo en el barrio siempre están trabajando. Tienen puestitos, venden en la feria, hacen ollitas, buscan la manera de poder hacer plata. Pero es muy poca la gente mayor que veo, y si los ves están haciendo fila en los comedores.”
Comparación de la edad de fallecimiento entre la población de barrios populares y la población general del país (2022). Informe“Mortalidad en Barrios Populares”- CISUR.
La diferencia se refleja con nitidez en la distribución de las muertes. En los barrios, casi la mitad de los fallecimientos (45%) ocurre entre los 60 y 79 años. En la población general, en cambio, la mayoría de las muertes llega más tarde: casi un 42% se concentra en mayores de 80 años.
Comparativa de fallecimientos en el total del país vs barrios populares. El gráfico muestra cómo se distribuyen los fallecimientos de 2022 según rangos etarios quinquenales. La mayoría de personas a nivel país (41,85%) muere después de los 80 años, pero en los barrios populares la gente muere antes. Informe “Mortalidad en Barrios Populares”- CISUR.
La desigualdad golpea con más fuerza cuando la muerte llega en plena edad activa, en los años en que se trabaja, se sostiene un hogar, se realizan tareas de cuidados y se mantiene la economía familiar a flote. En los barrios populares, casi una de cada cuatro muertes (24,9%) ocurre antes de los 50 años, mientras que en la población general ese número apenas llega al 10%. Si se observa el rango etario conocido como “edad activa”, entre los 15 y los 64 años, la desigualdad se vuelve aún más nítida: en la población general del país, el 22,29% de las muertes ocurre en este tramo de la vida; en las villas y asentamientos, en cambio, el porcentaje trepa al 47,77%. Eso significa que en los barrios populares muere el doble de personas en plena edad activa (15 a 64 años) que en la media nacional.
Cada una de esas muertes no es solo una estadística: rompe familias, desorganiza el hogar, desarma ingresos y redistribuye responsabilidades de cuidado.
Suelen ser las mujeres las que se hacen cargo de sostener a la familia, multiplicando la precariedad y las limitaciones. Como cuenta Araceli, vecina del barrio popular Lagomarsino de Pilar, provincia de Buenos Aires: “las mujeres que quedan son las que se hacen cargo de la familia y la casa, con trabajos de distintos tipos, vendiendo cosas, produciendo algo en la casa, con empleo doméstico, cuidado de mayores y niños. Y sino los hijos mayores de la casa dan una mano, si pueden traen un plato de comida.”
El rol de las mujeres en el cuidado de los hogares anticipa las variaciones que muestran los datos cuando se desagregan por sexo. En la población general del país, las mujeres viven en promedio 74,3 años y los varones 68,9, una diferencia de 5,4 años. Pero en los barrios populares esa diferencia se reduce a menos de la mitad: las mujeres mueren en promedio a los 62 y los varones a los 59,4, con apenas 2,6 años de distancia. No sorprende que, en términos comparativos, las mujeres de los barrios pierden más: su vida se acorta 12,3 años respecto del promedio nacional, frente a los 9,5 que pierden los varones.
Edad promedio de fallecimiento (en años)
Diferencias de edad de fallecimiento en la población general del país y barrios populares por sexo. Informe“Mortalidad en Barrios Populares”- CISUR.
Condiciones que acortan la vida
La desigualdad en la edad promedio de muerte que muestran los datos no se explica en abstracto, sino que tiene raíces concretas en las condiciones materiales en que transcurre la vida cotidiana de los barrios populares. El Monitor de Barrios Populares del ReNaBap revela que la mayoría de las viviendas acceden de manera informal a la electricidad, el agua y las cloacas. Además, más de la mitad de las casas están hechas con materiales deficitarios, muchas de chapa, cartón o con pisos de tierra. Son hogares atravesados por filtraciones, humedad, frío y hacinamiento, en los que lo cotidiano se transforma en una amenaza para la salud.
Araceli Ledesma lo explica con crudeza:
“Al no tener cloacas, los pozos ciegos están muy cerca, a metros del pozo de agua (si es que tenés la suerte de tener uno). Entonces el agua se contamina y es fea, y está directamente expuesta a los residuos cloacales”.
El impacto sobre la salud es inmediato: enfermedades gastrointestinales, problemas respiratorios y afecciones de la piel forman parte de la vida diaria. “Tampoco te podés calefaccionar bien, y no te podés bañar con agua caliente. Ni la cocina tenés calefaccionada para cocinar en condiciones. Pasás frío, todo el tiempo hay problemas respiratorios, la gente tiene asma. Tu salud empeora cada vez más”.
La localización de los barrios agudiza las vulnerabilidades: más del 86% presenta algún factor de riesgo ambiental. Muchos están cerca de basurales, autopistas, cercanos a vías de tren o en zonas inundables. La exposición constante a contaminantes y a catástrofes evitables marca la diferencia entre quienes pueden proyectar un futuro y quienes viven con la amenaza de perder la casa de un día para el otro: “La ubicación de los barrios es muy mala —relata Araceli—, están cerca de basurales, en las zonas más húmedas o expuestas a las lluvias. Los arroyos crecen y a veces te pueden llevar la casa entera. No podés caminar con seguridad, porque los caminos son desastrosos, te duelen las rodillas, además de que tenés que caminar mucho para llegar a cualquier lado.”
“No hay acceso a salud, no hay médicos en la sala de primeros auxilios, y te tenés que desplazar mucho para llegar a uno. Los viejos no pueden llegar, además de que tienen que pensar si toman el remedio o se pagan la SUBE. Tienen que pensar y elegir qué medicamento se paga cada jubilado.”
Araceli, vecina del Barrio Lagomarsino de Pilar.
“Se vive de diferente manera. La alimentación cambia un montón. La comida que se come en las casas o en los comedores es harina, que un pediatra te dice que no se debe dar a los chicos. No hay proteínas y verduras, que es lo más caro de comprar hoy en día”
Macarena, vecina del Barrio Padre Carlos Mugica -ex Villa 31-.
Las condiciones que acortan la vida lamentablemente son múltiples y se entrelazan: viviendas precarias, servicios inexistentes, territorios contaminados, acceso restringido a salud y educación, trayectorias laborales marcadas por la informalidad, falta de ayuda estatal. Todo eso configura un círculo de vulnerabilidad persistente que erosiona las posibilidades de las familias de los barrios de proyectar una vida larga y saludable.
Vidas desiguales: un llamado urgente
“Me duele pensar que ante tanta desigualdad y vulneración de derechos tengamos que pagar con nuestra vida”
Araceli, después de conocer los datos del informe.
Los datos son claros, los vecinos y vecinas de los barrios populares viven menos. Pero el desafío no es únicamente prolongar la expectativa de vida, se trata de que esos años puedan vivirse con salud y dignidad, sin que envejecer sea un privilegio. La brecha de once años menos de vida no es una sentencia escrita de antemano, es una injusticia que puede revertirse.
Es un llamado urgente a intervenir. Podemos empezar por lo que ya existe, financiar el Fideicomiso de Integración Sociourbana (FISU), una herramienta probada que mostró que se puede transformar la vida cotidiana de millones de personas. La desigualdad en la vida y en la muerte no puede esperar, requiere decisión, inversión y compromiso urgente.
Este estudio no solo nos pone frente a un problema, también nos señala un camino. Los números reflejan una realidad cruel en la cual el Estado, como principal actor, debe cumplir su función de ser garante de derechos humanos básicos. Como sociedad, interpelamos a comprometerse, a informarse y a exigir políticas que inviertan en infraestructura, servicios básicos y mejoras habitacionales que reduzcan esta brecha brutal en los años de vida. La función pública tiene la responsabilidad indelegable de garantizar condiciones que permitan a todas las personas vivir más y mejor.